Las emociones son un aspecto muy importante de la vida de las personas. Se podría decir que la contribución más importante que la investigación básica ha producido en la comprensión de la emoción se refiere a la universalidad de las expresiones faciales emocionales. El primero en sugerirlo fue Darwin (1872). Sus ideas acerca de las emociones fueron una pieza central en la teoría de la evolución, sugiriendo que las emociones y sus expresiones eran biológicamente innatas, evolutivamente adaptativas y que las similitudes existentes entre ellas podrían contemplarse desde un punto de vista filogenético. Sin embargo, sus primeras investigaciones no fueron concluyentes (Ekman, Friesen, & Ellsworth, 1972).
Los postulados de Darwin fueron resucitados por Tomkins (1962, 1963), quien sugirió que la emoción era el cimiento de la motivación humana y que la base de la emoción estaba en el rostro. Tomkins realizó el primer estudio que demuestra que las expresiones faciales se asocian fielmente a ciertos estados emocionales (Tomkins & McCarter, 1964). Más tarde, Tomkins reclutó a Paul Ekman y Carroll Izard para llevar a cabo lo que se conoce hoy en día como los "estudios de la universalidad". El primero de ellos demostró un alto acuerdo intercultural en el juicio de las emociones expresadas en los rostros de las personas, tanto en culturas alfabetizadas (Ekman, 1972, 1973; Ekman & Friesen, 1971; Ekman, Sorenson, & Friesen, 1969; Izard, 1971) como pre-alfabetizadas (Ekman & Friesen, 1971; Ekman et al., 1969). Por su parte, el estudio de Friesen (1972) documentó que personas de diferentes culturas, en reacción al visionado de películas que elicitaban emoción, producían espontáneamente las mismas expresiones faciales de emoción.
Desde la aparición de los primeros estudios en este ámbito, en más de 30 investigaciones se han desarrollado experimentos que replican las conclusiones sobre la universalidad del reconocimiento facial de la emoción (revisado en Matsumoto, 2001). Se han publicado más de 75 estudios que han demostrado que, cuando las emociones se elicitan espontáneamente, se producen las mismas expresiones faciales (Matsumoto, Keltner, Shiota, Frank, & O'Sullivan, 2008). Así pues, hay una fuerte evidencia de la universalidad de la expresión facial de siete emociones:
- Ira: Mirada fija, párpados apretados, cejas juntas y hacia abajo y labios apretados.
- Desprecio: Elevación del extremo del labio solamente de un lado de la cara, siendo la única expresión asimétrica.
- Asco: Levantamiento del labio superior y nariz arrugada.
- Miedo: Cejas levantadas y unidas, elevación de los párpados superiores y párpados inferiores tensados y labios estirados horizontalmente.
- Alegría: Comisuras de los labios estiradas hacia arriba, mejillas levantadas y creación de arrugas en el músculo orbicular.
- Tristeza: Comisuras de los labios ligeramente estiradas hacia abajo, elevación de las cejas por la parte interior.
- Sorpresa: Elevación de las cejas, apertura de los párpados y boca ligeramente entreabierta. Su característica más importante es su duración, que dura aproximadamente un segundo.
Otras evidencias apoyan el hecho de que las expresiones faciales de las emociones tienen un origen biológico y genético. Por ejemplo, cuando se activan emociones de manera espontánea en personas con ceguera congénita se producen las mismas expresiones faciales que se generan en los rostros de individuos videntes (Cole, Jenkins, & Shott, 1989; Galati, Miceli, & Sini, 2001; Galati, Sini, Schmidt, & Tinti, 2003; Matsumoto & Willingham, 2009).
En lo referente al sustento anatómico de la expresión facial, la musculatura facial existente en los seres humanos adultos es la misma que en los recién nacidos, la cual es completamente funcional al nacer (Ekman & Oster, 1979). Igualmente, la misma musculatura facial que los seres humanos utilizan para la expresión facial de la emoción, también está presente en los chimpancés (Bard, 2003; Burrows, Waller, Parr, & Bonar, 2006), habiéndose observado en primates no humanos las mismas expresiones faciales que se consideran universales entre los seres humanos (de Wall, 2003).
Robert Lavergne.
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